sábado, 31 de marzo de 2012

Dicen las malas lenguas


Y dicen y dicen y es que no se callan. Si es que los que nos rodean no paran de criticar ni hablar mal de los demás (rara es la vez en que sale algo potable de sus boquitas de miel) y no se cansan. Si por algo dicen que el deporte nacional es el cotilleo, eso de que la gente quiera ser ingenieros o abogados es un cuento chino, lo que de verdad quieren ser es    POR    TE    RA.

Desde luego que es difícil el encontrar un término medio. En este asunto no se salva nadie, lo reconozco, yo, tampoco, pero una cosa es hablar por hablar, por ejemplo, para saber cómo está X y otra muy distinta es que te lean el dossier del tal X, que lo primero que te enteras es de todo lo malo, que si es un bujarrón o una nenaza, como si le gusta vestirse de enfermera en sus ratos libres.  ¿Y a mí qué?

Uno con un poco de paciencia puede llegar a conocer hasta el historial clínico y penal de una persona sin necesidad de llegar a tener ni el más mínimo contacto con ella. No os digo nada si la persona es, lo que se suele decir, de éxito. Si está saliendo con alguien “en condiciones”, pues busca un braguetazo y si se ha casado con un pibón…de fondo se va a oir “…tan grandes como la Sagrada Familia, se los va a poner”.

En el fondo, los motivos por los que ocurre todo esto son la envidia y el creer poseer una superioridad moral con respeto a los demás. A estos elementos les encanta acumular información para valorar y juzgar a los demás, según un rasero que ellos mismos establecen (y vaya usted a saber de dónde lo han sacado).

Estos son los que criticando la fealdad física, no se han mirado en su puñetera vida al espejo. Los que sólo viven para querer saber, los que se angustian por saber la de mierdas que se cocinan en la casa ajena, sin querer reconocer que el tufo viene de la suya propia. Asqueándose de los defectos ajenos sin siquiera verse los propios y queriendo parapetar su superioridad moral en una pátina que les otorga ciertas prácticas religiosas. O laicas, también.

No es por criticar, pero son unos FARISEOS.

De todas formas, estas prácticas no se pueden evitar, pero, como todos los excesos, saturan y dan asco. Un poco es hasta saludable, aunque sólo sea por echar unas risas, a costa de los demás, pero te las echas  -y que se fastidien-. Porque, ¿quién no se ha reído de aquella vez que uno que oía mal confundió Cardiff por Cádiz (y grasia a dió que no era él el que se iba de viaje, que si no mira dónde acaba)?, ¿o del pimpollo a quién una ola arrancó el bañador y se pasó cinco horas, cinco, nadando con el culo al aire hasta que se puso el sol (y así de arrugado debió salir)? Pero, como veis, estos ejemplos son inofensivos, salvo que se utilicen de forma hiriente.

Como estas prácticas no se pueden corregir ni erradicar, intentemos sacarle algo de partido. La rumorología está ahí, con la información latente, esperando que nos enteremos que aquél que tanto presume es una fantasma de medio pelo, que aquélla a quién echamos el ojo hace que Stalin sea una hermanita de la caridad, porque el rumor, como el río, fundamentos tiene, pero intentemos no maldisponernos antes de conocer, porque quién sabe los problemas que puede tener quien nos lo está diciendo, como aquel tipo tan raro que tanto sabe del manicomio y es, evidentemente, por haber estado en él.